El agricultor Américo Cabrera Mendoza intuyó lo que iba a pasar cuando un trueno bramó de madrugada en la comunidad campesina de Lutto Kututo, en el distrito de Llusco, provincia de Chumbivilcas, región Cusco. Américo había terminado de regar sus sembríos de maíz y regresaba a su casa, situada en el anexo España. Eran casi las 3 a.m. del último jueves.
El estruendo llegó con un leve temblor y dio paso al colapso de una hilera de viviendas que estaban en los bordes de cultivos de habas y maizales. Las casas no caían sobre su misma posición, como en los terremotos, sino que eran tragadas por la tierra: la formación de largas grietas de unos 12 metros de profundidad dejó partido en trozos al anexo España.
Américo sospechó lo que ocurriría porque dos días antes había apoyado en la evacuación de decenas de familias del anexo Campanayocpata, que también pertenece a la comunidad de Lutto Kututo. Ahí, aunque en un área no habitada, aparecieron las primeras rajaduras. La emergencia obligó a que dirigentes se organizaran para reubicar en una pampa del cerro Ccorpuna a los vecinos en riesgo.
Con un dedo, desde una explanada del cerro, el agricultor señala aquellas primeras grietas en Campanayocpata y asegura que la superficie de todo el entorno allí había quedado tan flácida como una esponja. Un olor a agua empozada todavía emana de los cráteres formados por las rajaduras.
“Era inminente que esto se expandiera, pero nadie calculó la terrible magnitud”, dice a este Diario. A su lado, la regidora de Lluto Aquilina Ataucuri recuerda que en el 2012 y el 2015 fisuras de menor tamaño aparecieron en otras zonas luego de fuertes lluvias. Hasta el jueves último hubo en Llusco cinco días consecutivos de intensas precipitaciones.
Otra vecina, Lucía Luta Quispe, admite que, pese a las advertencias, no quiso abandonar su vivienda de adobe en Campanayocpata, donde tenía abundante chuño y abono en costales. Dice que cuando escuchó que el suelo crujía, salió desesperada. Desde lo alto del cerro Ccorpuna, Lucía vio que las extensiones de cultivos y casas caían en las fisuras.
En un recorrido por las zonas del desastre, El Comercio encontró a esta mujer pugnando por ingresar a lo que quedó de su casa. Su vivienda es solo una ruina en medio de una hilera de construcciones derribadas, con solo parte de los techos de calaminas aún visibles. “Todo lo hemos perdido. Nos quedamos solo con lo que llevábamos puesto”, lamenta.
Como Lucía, varios vecinos intentan horadar las paredes o romper las calaminas para rescatar sus pertenencias. Esto pese a que la policía ha cercado estos espacios con cintillos de seguridad.
—El lugar del desastre—
Los anexos de Campanayocpata y España están a aproximadamente 200 metros de distancia, en la falda del cerro Ccorpuna. Ambas localidades son parte de un valle. Para acceder a estos sectores, que acogen a casi 150 familias dedicadas a la agricultura, hay que subir hacia una explanada del Ccorpuna desde la carretera que une Santo Tomás de Chumbivilcas con Llusco. Y luego bajar camino al valle.
Hoy todo ese declive y las orillas del río están sepultadas por los deslizamientos. Según las cifras oficiales, hay dos kilómetros de grietas, 54 familias damnificadas, una posta médica destruida y sistemas de riego y de saneamiento básico colapsados. Además, hay 26 hectáreas de cultivos perdidos y al menos un kilómetro de la carretera Cusco-Apurímac estaba bloqueado hasta ayer.
Debido a estos daños, el Gobierno declaró ayer en estado de emergencia al distrito de Llusco por 60 días. Según una resolución suprema de la Presidencia del Consejo de Ministros, la emergencia permitirá “ejecutar medidas y acciones de excepción inmediatas de respuesta y rehabilitación”.
No obstante, en Llusco las cifras oficiales de la tragedia quedan cortas frente a la realidad. En el campamento donde se han reubicado los damnificados hay al menos 100 familias. Antes de que empezaran los deslizamientos, el alcalde distrital de Llusco, Ezequiel Mallma, gestionó con el Gobierno Regional del Cusco el envío de carpas y colchones. Han llegado 40 hasta ahora.
Por el momento, para aplacar el frío y protegerse de las lluvias, hay grupos familiares que comparten una misma carpa. A ratos, algunos vecinos caminan hacia el borde del Ccorpuna, desde donde se vislumbra la catástrofe, como quien busca consuelo o una esperanza.
El Comercio.