En los primeros días de abril, personal de la División Antidrogas de La Convención, en Cusco, encontró en una camioneta 75 kilos de cocaína en el Centro Poblado de Kiteni, Distrito de Echarati. La carga estaba camuflada en la tolva y venía desde el Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), a tan solo unos kilómetros de ahí. Una situación muy común por estos lares. Cuando vas a la zona, puedes identificar parches de color verde limón a lo largo de las montañas y a los lados de los ríos. La Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (DEVIDA), calcula que en el VRAEM existen aproximadamente unas 20 000 hectáreas de hoja de coca. Y esos cultivos, así como la inseguridad, van ganando espacio hacia campos cercanos. La Convención en Cusco es uno de ellos y cuando viajas por el lugar puedes distinguir su avance.
La Oficina de las Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito (UNODC) confirmó que entre el VRAEM, La Convención y Lares concentran el mayor número de hectáreas de este cultivo dedicadas al narcotráfico en todo Perú (69 %). Sin embargo, no todo es negativo en esta zona del sur del país. Un grupo de comunidades machiguengas quiere darle la contra. No solo a la expansión del narcoterrorismo, sino principalmente, a la depredación de estos montes llenos de vida que han conservado durante miles de años.
La intranquilidad en los machiguengas no es de ahora. A pesar de que prefieren no hablar del tema, en la Comunidad Nativa de Inkaare recuerdan que en 2012 tuvieron que desplazarse por unos días a la oficina de COMARU (Consejo Machiguenga del Río Urubamba) en Quillabamba, para escapar del enfrentamiento entre las fuerzas armadas y una facción de Sendero Luminoso, liderada por Martín Quispe Palomino, ‘Camarada Gabriel’ (abatido un año después en el VRAEM). Sendero Luminoso había secuestrado a 36 trabajadores de las empresas que laboraban en el proyecto Camisea. Luego de varios enfrentamientos, en los alrededores de la comunidad, liberaron a los rehenes y todo volvió a la calma. Y ellos a sus casas.
En busca de seguridad
Inkaare significa lagunas en machiguenga. El nombre se debe a la gran cantidad de agua que hay en el lugar. La Comunidad Nativa está a unas doce horas de Cusco en auto. El camino está lleno de curvas que te mueven inevitablemente por todo el carro como un saco de papas. Para llegar hay que primero pasar por Quillabamba, el último punto del trayecto donde hay una carretera en buen estado. Luego siguen varias horas que se turnan entre una pista llena de huecos y trocha. Pero lo que encuentras al paso, es espectacular. Mucho verde, cielos azules, aves cantando por todos lados. Intensas neblinas que se escapan y parecen acariciar esos montes. Cataratas y caídas de agua que te van anticipando que estás en un lugar muy especial. Es por ello que, desde hace unos años, Inkaare junto a otras comunidades machiguengas decidieron hacer más explícitas sus ganas de conservar. Junto al Gobierno Regional de Cusco y con el apoyo de COMARU y la ONG Conservación Amazónica-ACCA,están buscando el reconocimiento de parte de su territorio como Área de Conservación Regional (ACR). Para honrar a uno de los símbolos más representativos de la zona eligieron el nombre de Urusayhua. La montaña más importante y alta del distrito de Echarati, conocido como el Apu o el Celoso Guardián.
“La conservación nos da seguridad en todo sentido: alimentaria, salud, tranquilidad. Nos beneficia sin dudas. Nuestra decisión por conservar solo confirma lo que venimos haciendo hace mucho y sin que nadie nos lo pida. Nosotros queremos seguir viviendo aquí. En otros lados ya no hay bosques, como en el VRAEM. Los árboles nos ayudan a respirar, a nosotros y a todos. Es nuestro futuro. Queremos educación, seguridad y salud. Y acá podemos tener todo eso”, dijo para Mongabay Latam, el Presidente de la Comunidad Nativa de Inkaare, Edinson Pascual.
Son siete las comunidades machiguengas involucradas en esta propuesta: Aendoshiari, Compirushiato, Inkaare, Manitinkiari, Mazokiato, Tipeshiari y Tivoriari. La más lejana del Cusco es Tipeshiari, a unas diez horas en auto y ocho más a paso ligero. Todas ellas están pidiendo el reconocimiento de 260 146.83 hectáreas, divididas en dos polígonos separados. Si se logra, sería la quinta más grande del Perú y la primera en Cusco y en todo el sur del país. Y no es para menos. Involucrará a los distritos de Vilcabamba, Santa Ana, Kimbiri, Villa Kintiarina, Villa Virgen y Echarati en la provincia de La Convención. Y uno de sus principales objetivos es conservar las cabeceras de cuenca, que son las fuentes de agua para este rincón cusqueño.
Esta propuesta de ACR abarca tres ecorregiones y también dieciocho sistemas ecológicos, donde las Yungas cubren más del 90 % del territorio. Va desde los 750 hasta los 4000 metros sobre el nivel del mar. Lo que favorece a su biodiversidad y endemismo. Se han registrado 981 especies de plantas, 647 especies de animales, 47 especies de escarabajos y 41 especies de mariposas. De las cuales, 56 especies de flora y fauna tienen algún tipo de amenaza. Y cuatro especies de plantas (Ceroxylon weberbaueri, Podocarpus oleifolius, Celtis iguanaea, Budleja montana) y una especie de ave (Cinclodes aricomae) se encuentran en Peligro Crítico. Tres de las especies más representativas de estos bosques, como el oso de anteojos (Tremarctos ornatus), el puma (Puma concolor) y el otorongo (Panthera onca) se encuentran en estado Vulnerable ya que van perdiendo territorio por la deforestación causada por los campos de cultivo y la ganadería que realizan los colonos.
“Se está priorizando Urusayhua en toda la región porque tenemos impactos fuertes por el cambio climático. La necesidad de agua, que tenemos que proteger. Tenemos mucha agua y es nuestra responsabilidad redistribuirla y protegerla en toda la región”, declaró para Mongabay Latam, el Gerente de Recursos Naturales del Gobierno Regional de Cusco, Miguel Ángel Atausupa Quin, uno de los más preocupados en promover esta ACR. “Todavía tenemos que trabajar fuerte en conservación y promocionar nuestras áreas naturales protegidas. Es un reto mejorar nuestros accesos y darle viabilidad económica a la zona. Cusco es más selva que andino, y tenemos que resguardar toda la cultura que tenemos”, afirmó Atausupa.
La conexión
En Inkaare, las casas no están juntas. Están separadas por caminatas de veinte o treinta minutos. Lo único que queda en el mismo lugar, es el colegio, el salón comunal y la cancha de fulbito que nunca falta. Entre las casas están las chacras. En esta comunidad nativa, como en las demás del Alto Urubamba, la gran parte de sus cultivos son solo para autoconsumo. Lo único que comercializan es el cacao, el café y el achiote. No tumban árboles para vender, solo para hacer sus casas y puentes.Aunque en otras épocas fueron timados por gente que venía de afuera y les ofrecían un sencillo por llevarse uno.
“Los colonos llegaron a tumbarse todo. Nosotros solo usamos los árboles para hacer nuestras casas. Se aprovecharon de la necesidad y la ignorancia, y les ofrecían 15 o 20 soles por árbol tumbado. Y como no sabían el valor del dinero, los engañaban. Ahora ya no se dejan, pero es algo tarde”, cuenta para Mongabay Latam, José Kaibi, vicepresidente de COMARU, organización que representa a las comunidades nativas de la cuenca del río Urubamba y que es responsable de realizar la sensibilización y comunicación con las comunidades del Alto Urubamba con respecto a la propuesta de ACR Urusayhua.
Unos kilómetros más cerca al VRAEM y a cuatro horas de distancia en camioneta, está la Comunidad Nativa de Aendoshiari, de unos 150 habitantes, al igual que en Inkaare. Ahí sus pobladores recuerdan que antes de que llegue la carretera, hace no más de diez años, la vida era totalmente diferente. “Nadie pasaba por aquí. Todo era muy tranquilo. No había los derrumbes que hay ahora. Caminábamos mucho. Para llegar a Kentoshiari (noventa minutos por la carretera) podía tomar dos días. Antes dormíamos con nuestras kushmas (vestimenta tradicional ashaninka) al lado del fuego. Ahora nos abrigamos con frazadas y pantalones”, dijo para Mongabay Latam, el presidente de la comunidad Antonio Carpio, que también se da cuenta de cómo ha cambiado el bosque en este tiempo. “Ya no vemos animales como antes. Monos no vemos. Tampoco jaguar, ni osos. Se deben de haber ido lejos. El clima también ha cambiado, ahora llueve en cualquier momento y dependiendo de la temporada hace más frío y calor que antes”, sentenció Carpio, mientras caminábamos para conocer sus cultivos de café y una ligera garúa de diez minutos iba cayendo sobre nosotros.
“En Cusco estamos promoviendo fuerte las ACR como modalidad de gestión que nos permite al gobierno regional dar el primer empujón para que luego las comunidades vayan solas y logren su sostenibilidad económica. Estos son procesos largos de varios años, tienen que tener paciencia para lograrlo. En Cusco estamos utilizando distintas herramientas para conservar, como las reservas de biósfera, las concesiones para conservación, las áreas de conservación privada. Lo que queremos es fortalecer el sistema regional de áreas de conservación y buscar la sostenibilidad de toda la región conservando nuestro territorio”, declaró para Mongabay Latam, Mariela Caballero, bióloga y especialista ambiental de la Gerencia de Recursos Naturales del Gobierno Regional de Cusco.
¿Qué son las ACR?
Según el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp), “son espacios de territorio nacional reconocidos, establecidos y protegidos legalmente por el Estado. Estos tienen gran importancia para la conservación de la diversidad biológica y demás valores asociados de interés cultural, paisajístico y científico, así como por su contribución al desarrollo sostenible del país”.
Para Jessica Olivera, funcionaria de la Dirección de Desarrollo Estratégico del Sernanp, una de las responsables de los procesos de declaración de las Áreas de Conservación Regional en el país, “la creación de las ACR ha tomado mayor impulso desde hace unos diez años. Los Gobiernos Regionales (GORE) se han visto más comprometidos y han entendido a la conservación como algo importante en sus gestiones. Eso también es gracias a la sociedad civil que ha identificado lugares importantes para la generación de desarrollo y les han pedido a los GORE involucrarse en esto”. También subraya Olivera los cambios que han realizado en los procesos y los esfuerzos que hacen por sacarlos adelante. “Ahora acompañamos más y los asesoramos en todo momento. Para que aprendan de nuestros aciertos y errores, y también para ganar el tiempo en todo el trámite. En estos momentos tenemos 19 propuestas de ACR en todo el país. De esas, unas diez están ya bien encaminadas. Y queremos apoyar a que salgan pronto.”, dijo la representante del Sernanp.
A todo esto, Ronald Catpo, ingeniero forestal y Director de Áreas para la Conservación de la ONG Conservación Amazónica-ACCA, confirma lo dicho por Olivera. Desde el 2005 hasta la fecha, se han reconocido dieciocho Áreas de Conservación Regional en todo el país. La primera fue Cordillera Escalera en San Martín. Y la región que tiene más es Loreto con cuatro en total: Comunal Tamshiyacu Tahuayo, Alto Nanay-Pintuyacu-Chambira, Ampiyacu Apayacu y Maijuna Kichwa.
“Seguir generando ACR es la mejor manera para seguir conservando el conocimiento ancestral. Si perdemos el conocimiento, perdemos todo. Y Cusco deja de ser lo que es. Porque la gente no solo viene por Machu Picchu, sino viene por toda la cultura que tenemos y saberes ancestrales: en el campo, en la vestimenta, en la música”, comentó Miguel Ángel Atausupa, que está orgulloso de las dos ACR con las que cuenta Cusco, Choquequirao y Tres Cañones, así como también con las propuestas que están en camino junto a Urusayhua: Ausangate y Marcapata.
Cambios en la vida
La costumbre machiguenga manda solo vivir de la caza y la recolección de frutos. Sin embargo, los animales se han alejado y también cada vez hay menos árboles frutales. Es por ello que ahora cultivan plátano, uncucha, maní, caña, café, cacao y yuca principalmente para su autoconsumo. Según el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) habría más de 15 000 machiguengas, principalmente distribuidos en la cuenca del río Urubamba (Cusco) y un poco menos en el Manu (Madre de Dios). A pesar de los cambios, ellos se adaptan y saben que con un área de conservación van a poder tener la seguridad que tanto necesitan y exigen. No hay que olvidar que Sendero Luminoso, responsable de alrededor de 40 000 asesinatos entre 1980 y 2000 (Comisión de la Verdad y Reconciliación), sigue vivo y se repotencia con su alianza con el narcotráfico. En el informe sobre Terrorismo Mundial de los Estados Unidos confirma lo que ya sabíamos: SL brinda seguridad a narcotraficantes para financiar sus actividades terroristas.
Algunas comunidades tienen energía gracias a la hidroeléctrica de Machu Picchu, y el agua la sacan de sus todavía interminables quebradas. Pero hay saberes que se mantienen a lo largo de la vida. Los machiguengas son un ejemplo de ello. “Lo que llama más la atención de la zona de Urusayhua, es el estado de conservación. Muchos de estos bosques son casi vírgenes. Y eso es gracias a las poblaciones machiguengas. Si no fuera por ellos, estos bosques hubieran desaparecido. La concepción de conservación que tienen las comunidades es diferente a la occidental. Ellos viven en el bosque. Nosotros lo vemos como una economía o para la ciencia. Ellos han vivido miles de años aquí y tenemos que respetar su territorio y sus costumbres”, afirma Jim Farfán, actual jefe de ACR Choquequirao, que trabajó por varios años en estos bosques de La Convención.
“Ahora que estamos sintiendo los impactos del cambio climático a nivel mundial, estas áreas van a permitir que los recursos no se terminen. Son nuestros bolsones de conservación, como le llamamos. Nuestras fuentes de agua y biodiversidad para hacer investigación. Y algo que hemos visto aquí es que queremos rescatar los conocimientos ancestrales. Si bien el cambio climático se está acelerando, este se ha dado siempre. Y estas poblaciones han desarrollado conocimiento durante miles de años para hacerle frente a estos impactos. Tenemos mucho que aprender de ellos”, puntualizó Caballero.
A pesar de que cada vez encuentran menos animales cerca de casa, ellos confían de que sigan viviendo en paz en otros lados. Antes era fácil toparse con monos, sajinos, sachavacas, venados, paujiles, armadillos, hasta pumas y tigrillos. “Pero se han ido lejos. Se han espantado por los helicópteros”, dijo Antonio Carpio, en su casa en la Comunidad Nativa de Aendoshiari, mientras recuerda cómo fue el tiempo que se construía el gasoducto de Camisea. “Están por acá. Pasaban máquinas, helicópteros por todos lados. Por eso se fueron los animales”, esboza una teoría el presidente de la comunidad.
Si bien las comunidades machiguengas del Alto Urubamba quieren mantener sus costumbres, también buscan desarrollarse económicamente. Es por ello que cada comunidad está buscando maneras con el apoyo de sus municipios. En Aendoshiari han implementado una piscigranja con la ayuda de la municipalidad de Echarati, que ya les entregó 3000 alevinos para empezar este emprendimiento. “Esta es nuestra tierra. Podemos cultivar, vivir tranquilos. En otros lados hace cada vez más calor. Queremos conservar el bosque para que no haya contaminación. Para que los ríos sigan hablando y no se sequen. Queremos lo mejor para nuestras familias”, declaró Carpio.
Aunque las comunidades machiguengas no son consideradas aún dentro de la estrategia de turismo en el distrito de Echarati, la municipalidad está desarrollando paquetes turísticos que muestran las principales bondades de la zona, como las chacras de café, cacao, limón y hasta el pongo de Mainique. La idea, según nos cuentan, es integrar a las comunidades nativas poco a poco. “Uno de nuestros primeros proyectos de turismo son las giras agronómicas. Unir al agro con atractivos naturales y así promocionar el turismo en la zona de La Convención. Que los visitantes visiten al agricultor y que le muestre su trabajo. También promovemos la visita al pongo de Mainique. Una zona que está prácticamente bañada en agua y el bosque está casi intacto, como el mismo Manu. Además, poco a poco iremos abriendo más rutas, como visitar los distintos atractivos que tenemos, como caídas de agua, aguas termales y orquidearios”, contó para Mongabay Latam, Karol Macedo, guía de turismo y parte del proyecto de mejoramiento y aprovechamiento de parcelas integrales del municipio de Echarati, que espera en el futuro integrar a las comunidades machiguengas. “A pesar de ser algo complicado por nuestra cercanía al VRAEM, queremos mostrar las bondades de nuestro lugar. Fortalecer la provincia. Y lo estamos logrando. En el último año ya hemos cuadruplicado el número de visitantes”, dice con optimismo Macedo.
Recorrer este lugar de la selva de Cusco es un privilegio. Así como conocer comunidades milenarias que convivieron mucho tiempo con el bosque sin pasarlo por encima, sino protegiendo y buscando vivir siempre en paz. Es paradójico que ahora pidan al Estado conservar, cuando ellos nunca necesitaron un contrato para hacerlo. Los tiempos han cambiado y ellos se adaptan también. Sin necesidad de tumbarse todo en nombre del desarrollo económico.
RPP Noticias