domingo, 24 de junio de 2018

Montaña pintada con el pincel de Dios en Cusco


Fuente de trabajo. Hasta la semana pasada la mayoría de peruanos sabía poco de esta montaña en Cusco veteada por diversos colores en su lomo. Cuando se divulgó la noticia de que se pretendía concesionarla para la minería, estalló la indignación. Aquí llegan miles de turistas, cuya presencia es sustento para las poblaciones adyacentes. Por lo menos a diario 1200 visitantes escalan la cima.

Justino Condori Quispe tiene 70 años. Desde que nació se podría decir que ha vivido tocando el cielo, entre las faldas y cima de la Montaña de Siete Colores o Arcoiris. 

Justino es habitante del anexo Kayrawiri Alta en la comunidad de Pampachiri. De niño recorría este cerro llamado también Winicunca, pastando sus ovejas, llamas y alpacas.

La Montaña de Siete Colores está a 5100 metros en las alturas de la Cordillera Vilcanota, límite entre los distritos de Pitumarca (Canchis) y Cusipata (Quispicanchi), a cien kilómetros al sur de la ciudad de Cusco. Es una montaña multicolor, inspiración del pincel de Dios.

Recién hace unos cuarenta años, dice Justino, la montaña empezó a mostrar sus colores. Antes estaba cubierta de nieve. 

El descongelamiento, a causa del calentamiento global, habría puesto al descubierto su policromía. Aunque no hay estudios que confirmen esa versión, sostuvo Benajmín Morales, presidente ejecutivo del Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem).

La formación de la montaña empezó hace millones de años. Data de los periodos terciario y cuaternario, hace dos millones de años. César Múñoz, miembro de la Sociedad Geológica del Perú (SGP), explicó a la cadena BBC Mundo que el movimiento de las placas tectónicas del área elevó sedimentos que se convirtieron en montañas. Los sedimentos adquirieron sus tonalidades variadas a causa a la oxidación de los minerales debido a la humedad de la zona y a la erosión de los mismos, añadió Muñoz.

Camino a la fama

Algunos turistas que iban al Apu Ausangate apreciaron la particularidad de esta montaña. En 2016 un grupo de cuarenta turistas extranjeros llegaron en buses de una agencia de turismo.

Desde aquel día el número de visitantes empezó a crecer rápidamente. La montaña recibe ahora entre 800 y 1300 turistas a diario. “Al principio solo venían 40 o 50. Ahora ya son muchísimos”, confirma Justino Condori, quien se hace llamar el Guardián de la Montaña de Siete Colores.

Justino le saca el jugo a esas visitas. Vende agua, gaseosa y otros productos. Así como él, varios comuneros de Pitumarca se benefician. En la comunidad de Pampachiri, la junta directiva cobra entre cinco y diez soles a turistas nacionales y extranjeros, respectivamente.

Es el ticket de ingreso a la montaña.

Con ese dinero se paga a otros 50 comuneros para que limpien y cuiden la carretera entre la comunidad de Pampachiri y la cima de la montaña.

Otros 380 campesinos alquilan sus caballos para llevar a los foráneos. Cada arriero solo puede hacer un servicio diario y la tarifa es de 90 soles. Los arrieros se han dividido en dos grupos. El grupo 1 trabaja una semana y la siguiente lo hace el 2.

Andrés Huamán Huamán tiene 64 años. Su caballo partió muy temprano llevando a una turista. Si la visitante lo desea, adicionando 10 soles, el tour a lomo de bestia puede llegar hasta Valle Rojo, una cadena de cerros pintados de rojo a veinticinco minutos desde el mirador de la Montaña de Siete Colores. 

Antes del “boom” del turismo, la población de Pampachiri solo se dedicaba a la crianza de camélidos sudamericanos y ovejas. A 4200 metros de altura, es imposible la producción agrícola. No hay campos de cultivo por ningún lado.

Dos rutas de acceso

Cuando empezó el turismo solo había una forma de llegar a esta montaña: en un bus rumbo a Sicuani, capital de Canchis. El viajero debe quedarse en el distrito de Checacupe, a dos horas de la Ciudad Imperial. Otro vehículo lo lleva hasta Pampachiri. Hasta ahí el viaje dura dos horas y media por una carretera con algunos tramos averiados.

En Pampachiri empieza lo complicado. Si el turista quiere coronar la cima de la montaña de Siete Colores, demorará tres horas. La otra opción, alquilar un caballo que demora dos horas en alcanzar la cúspide. A diario 1000 turistas eligen esta alternativa.

Hay otra opción. Apenas hace veinte días se habilitó la ruta Cusco-Cusipata. Desde la Ciudad Imperial a ese distrito el viaje dura hora y media. Luego se continúa en auto hasta la comunidad de Chillhuani. Ahí empieza la caminata o el recorrido en caballo. A diferencia de los arrieros de Pampachiri, aquí cobran 80 soles el servicio. Son 180 arrieros que operan, también divididos en dos grupos. Por este camino ingresan alrededor de 200 visitantes. 

Raúl Quispe Choque, uno de los arrieros, precisa que el recorrido Pampachiri - montaña demanda un fuerte esfuerzo por lo empinado del camino. En cambio, dice, la caminata vía Chillihuani es más suave y toma menos tiempo. Solo una hora y media o dos.

Más cómodo y seguro es comprar un paquete turístico que incluya la Montaña de Siete Colores. La agencia Banana Travel ofrece servicios a ese sitio desde cuando menos de 20 turistas llegaban diariamente. Jacob Sbeilie, dueño de la empresa, cuenta que hace dos años había poco interés en la zona. En cambio, ahora la demanda creció en forma notable.

No a la minería

Hablar de minería está prohibido en las comunidades de Pitumarca y Cusipata. Cuando se enteraron que la montaña había sido concesionada a la minera Minquest Perú S.A.C, de propiedad de la empresa canadiense Camino Minerals Corporation, amenazaron con medidas de protesta.

Aunque la minera renunció a la concesión, los comuneros esperan un documento anulando las actividades mineras en la zona.

Francisco Rojo Choque, comunero de Chillihuani (Cusipata), integra la Comisión Contra la Minería que se formó para defender la montaña de la actividad minera. “Nosotros queremos el turismo, no la minería que contamina y desaparecería nuestro cerro”, dice.

Francisco llega puntual a las nueve la mañana a la cima de la montaña jalando a su llama. Ahí se viste con una prenda de inca, el soberano del Tahuantinsuyo. Posa para las fotos con los turistas, que le dan una propina.

Cada día puede recaudar hasta 40 soles diarios. Antes, durante 27 años, fue porteador en el camino inca a Machupicchu y ganaba por tres días de recorrido 40 soles. “Ahora gano más y todos de la zona ganamos algo por el turismo. Por eso vamos a defender nuestro paisaje”, refiere.

Llegar a la cima cuesta. No solo el esfuerzo físico de remontar la geografía empinada, también los vientos fríos que congelan hasta el alma. Todos esos inconvenientes son recompensados por la belleza de este apu, que parece un arcoiris macizo.

Eso sí, muy pocos pueden estar en el mirador por más de 30 minutos. Los golpes de aire entumecen las manos y el rostro; no se puede respirar bien. Hay que descender. Hemos rozado el cielo igual que Justino Condori Quispe.