Los recientes acontecimientos ya han sido harto comentados por analistas de distintas tendencias. Sin embargo, más allá del impacto político, ¿qué repercusiones tendrán sobre el turismo? ¿y –en concreto– cómo afectan los esfuerzos que vienen desplegándose para alcanzar el gran objetivo país de convertirnos en potencia turística mundial?
Se esté o no de acuerdo con las medidas adoptadas, lo concreto es que cualquier atisbo de crisis o inestabilidad trae consecuencias para el sector. Los locales podemos ser más pragmáticos –en las últimas décadas hemos vivido de todo–, pero el viajero extranjero se desanima si percibe que un destino puede ser problemático. Basta que lea unos cuantos titulares y el daño está hecho. Ese, entonces, es un primer reto: o proyectamos estabilidad o el flujo de turistas se contraerá.
Hay un segundo aspecto aún más desafiante. Inevitablemente, la presente coyuntura retrasará el planeamiento y ejecución del Plan Nacional de Turismo –la propuesta que detalla los puntos neurálgicos que deben priorizarse para crecer–. Si bien cuenta con aprobación al más alto nivel, su realización depende del MEF, el MTC, Mincetur, Mininter, Cultura y Ambiente. En los últimos tres años hemos tenido sucesivos cambios de ministros y hoy, un nuevo gabinete. Con cada renovación, planes que estaban en marcha quedan en suspenso hasta ser retomados por los nuevos funcionarios alterando las proyecciones y cronogramas.
Esto no es una queja, es una lectura objetiva de las dificultades que venimos enfrentando y que, estamos seguros, lograremos superar trabajando en equipo. Porque el Perú no debe detenerse y el turismo, desde su orilla, tiene mucho que aportar para que retomemos el crecimiento.