Keisuke Matsumoto, monje de Komyoji, autor de ‘Manual de limpieza de un monje budista’
¿Por qué le gusta barrer?
En el budismo, la tierra, las plantas, todo el entorno, está conectado a los humanos; y los humanos están conectados entre sí. Por eso, limpiar el mundo es unirme a todo y a todos y genera bienestar.
En sus textos y dibujos, veo que lo que hace es pasar el mocho hasta por la calle.
Me encanta el mocho. Y fregar las fachadas del exterior del convento me gusta, incluso,más que barrer el patio con los demás monjes. Cuando acabo, y veo lo limpia que he dejado la calle, me siento útil y gozo de la íntima satisfacción del trabajo bien hecho.
A mí me gusta más barrer, pero muchos amigos prefieren fregar los platos.
¿Desconectan así de sus tensiones? ¿Verdad? Fregar es hermoso, pero barrer, además, te une a la tierra. Llevo años estudiando filosofía...
Lo sé: es usted una eminencia.
Estudio. El inconveniente es que me paso la vida ante una pantalla. Y eso no es humano.
Muchos lo sufrimos.
Por eso, barrer me devuelve la conexión con la materia y la naturaleza y, a través de ellas, conmigo mismo. Si te concentras en limpiar, es terapia y meditación en movimiento.
¿Para meditar no hay que estarse quieto?
La quietud sólo es otra forma de meditación, pero no superior a barrer. En el monasterio, practicamos la meditación zen limpiando y, por eso, le dedicamos más tiempo a la limpieza que a la meditación estática.
¿Y logran concentrarse igual?
Usted puede convertir cada acción de su vida, cada una de sus rutinas, en zen. Depende del nivel de atención que ponga y cómo lo haga.
¿Si pongo la radio barriendo ya no es zen?
Sería escuchar la radio barriendo. Pero si usted se concentra, con humildad y sencillez, en lo que hace, poniendo toda su atención en cada mota de polvo que agrupa...
Me encanta hacer montoncitos y pastorear a los rebañitos de borra en los pasillos.
¿Lo ve? Encontrará nuevo sentido en la limpieza, más allá de la propia limpieza, que ya lo tiene. Así, puede convertir una rutina, que algunos consideran odiosa, en un ejercicio mental de concentración, que le aseguro es muy beneficioso para usted.
Los neurocientíficos dicen que la de jardinero es la profesión de mayor bienestar.
Porque une ejercicio y mente con el entorno, las plantas. El buen jardinero, además, se concentra en cada gesto: también es meditación y subordina su ego a la existencia de otros seres.
¿Qué hay en la limpieza más allá de limpiar?
Puede ser un ejercicio de desconexión de su ego y las pasiones que lo esclavizan y de conexión con la realidad.
Pues en la cultura occidental, fregar y barrer no goza de prestigio.
¿Eso le preocupa? Los monjes limpiamos el patio todo el día y, al acabar, vemos cómo las hojas de los árboles vuelven a ensuciarlo.
¡Qué desastre!
Al contrario, la naturaleza nos recuerda así que nada dura: todo son ciclos. Cuando lo interiorizas, vuelves a barrer al día siguiente con más ilusión. Y aceptas también tu final, que es también el principio de muchos principios.
Y los platos que fregaste con mimo ayer vuelven a estar sucios tras la comida de hoy.
Es la oportunidad que te da la vida de volver a fregarlos. Los humanos no nos realizamos con grandes gestas heroicas –eso es sólo propaganda de los poderosos–, sino con pequeños gestos cotidianos.
¿Como barrer y fregar solos y en silencio?
Proporciona más bienestar que colgar en Instagram tus fotos meditando en un monasterio budista japonés. He visto a europeos hacerlo.
Pues no les sirvió de mucho la meditación.
Su ego creció, luego no meditaron. Sólo estaban quietos, imitando a los meditadores.
El silencio no es la ausencia de sonido –dice el sabio Melloni–, sino la ausencia de ego.
El ego deja de serlo cuando sirve a otros.
¿Por qué se hizo usted monje?
Quería vivir algo más que la experiencia del mundo empresarial a la que consagran su existencia casi todos los japoneses.
¿El budismo no es otra multinacional?
Sí, pero eso lo descubrí al hacerme monje.
¿No se desilusionó al darse cuenta?
No tanto, porque también fui aceptando, poco a poco, que los humanos nos hemos ido organizando como empresas y que todas las organizaciones, si son humanas, acaban siendo, de algún modo, la misma. Es aceptar lo que somos.
Pero veo que no se ha ido del convento.
Hoy sé que el budismo se había convertido en un conjunto de creencias dogmáticas e institucionalizadas al servicio de una elite.
¿Sólo el budismo?
Por eso concluí que lo que necesitamos los humanos ahora es sabiduría, no religión. Y por eso, aún sigo en el convento.
¿Por qué?
Intento liberar a los líderes religiosos de las ataduras de la religión institucional.
Japón es uno de los países menos religiosos del planeta.
Lo dicen los japoneses en las encuestas, pero, en realidad, han convertido a su empresa en su religión. Y son dogmáticos, conformistas y gregarios. Por eso, intento que cambiemos, para elevar la humanidad a un estadio superior, que es lo que quería el budismo.